Una tónica que se dio en forma bastante marcada entre 2010 y 2017 fue la estrecha relación entre el comportamiento de la inversión y el empleo asalariado privado. Es así como un crecimiento muy elevado de la inversión entre 2010 y 2012, de 46% real acumulado en ese lapso de tres años, permitió que se crearan 570 mil empleos asalariados privados. El efectivo proceso de reconstrucción post terremoto, el boom minero y un contexto de expectativas favorables permitieron ese favorable resultado. Entre 2014 y 2017 se registró el fenómeno contrario, una contracción acumulada de la inversión de 9%, junto con un crecimiento muy modesto del empleo asalariado privado, sólo 117 mil nuevos puestos de trabajo en cuatro años.
En el último año y medio, la inversión acumula un crecimiento en torno a un 7%, y sin embargo la encuesta del INE muestra un ritmo muy modesto de creación de empleo asalariado privado, de sólo 28 mil en los últimos dos años. En esta oportunidad, el mayor dinamismo de la inversión no se está traduciendo en una mejoría importante en la ocupación formal, lo que parece preocupante.
Es efectivo que la Encuesta de Empleo del INE aún presenta algunos problemas en su medición, pero que no parecen suficientes para explicar estos resultados. Esto nos lleva a poner el foco en la peligrosa combinación que constituye el acelerado proceso de cambio tecnológico junto con los mayores costos laborales que ha generado la reforma laboral de 2015, y que se prevé que generarán las reformas en discusión; pensiones, sala cuna y reducción de jornada. Sólo estos tres ítems podrían significar un mayor costo laboral cercano a un 20%. Definitivamente no parece ser el momento más apropiado para introducir nuevas rigideces y costos regulatorios en materia laboral, ya que lo que se está logrando es incentivar artificialmente el proceso de automatización. Las empresas vuelven a invertir, pero al parecer están evitando la mayor demanda de trabajo que ese proceso solía traer consigo.
Fuente: Diario Financiero, agosto 26 de 2019