Existe bastante consenso de que Chile ha manejado razonablemente bien la crisis sanitaria, en forma comparable a países que cuentan con sistemas de salud superiores al nuestro, y aunque por supuesto no podemos cantar victoria, los buenos resultados hasta ahora nos permiten empezar a mirar cómo podemos enfrentar la profunda crisis económica en que estamos entrando.
Esto porque, en forma contraria al número de contagiados que parece estar bajo control, las cifras preliminares de lo que está ocurriendo en materia laboral son alarmantes. Fue un verdadero balde de agua fría conocer la semana pasada el número de empresas y trabajadores que se acogerían al plan de protección al empleo. A poco más de una semana desde que la AFC habilitara el pre-registro para acogerse a la nueva ley, se conoció que cerca de 57 mil empresas optarían por la suspensión de contratos, lo que implica casi 800 mil trabajadores.
Resulta evidente que esta ley fue un acierto en términos de atenuar un gran salto del desempleo. Sin embargo, es muy preocupante que cerca de un 17% de los cotizantes al seguro de cesantía se encuentre en esta situación, porcentaje que posiblemente subirá en los próximos meses. Si extrapolamos esta magnitud de ajuste a los trabajadores informales, es muy probable que, aun excluyendo a los trabajadores con relación laboral suspendida, en el corto plazo la tasa de desempleo supere niveles de 10%. Estas cifras muestran la urgencia de que, sin descuidar el problema sanitario, se empiecen a buscar caminos para ir retomando la actividad económica.
En esta dirección parece necesario que el regreso a una nueva normalidad tome en consideración tres aspectos clave.
Lo primero es que, al igual como se ha hecho con el manejo del coronavirus hasta ahora, los pasos que se vayan tomando se basen en un análisis científico serio, en la experiencia comparada, y no en consignas simplistas esgrimidas por políticos ignorantes en temas epidemiológicos, que buscan popularidad a expensas de perjudicar al Gobierno. Si el Gobierno hubiera cedido a las presiones de una “cuarentena total” o slogans del tipo la “salud está por sobre la economía”, tendríamos sin duda un problema más grave aún. Podemos ver claramente que el cuidado de la salud requiere una economía funcionando, por lo que no se trata de elegir una u otra. Se debe perseverar en este camino científico para enfrentar el problema sanitario, que no será de corto plazo.
Segundo aspecto, en ese contexto de manejo de crisis es necesario ir retomando la actividad económica, con los cuidados necesarios, ya que de lo contrario el remedio saldrá más caro que la enfermedad. Existen ya propuestas serias de cómo implementar testeos masivos que eviten que personas contagiadas asintomáticas concurran a trabajar, lo que sin duda es menos costoso que la paralización de la producción.
Por último, un tercer aspecto clave para salir más rápido y con menos daños de la crisis, es la responsabilidad individual, tanto en materia sanitaria, como también en la mantención de la cadena de pagos en la medida que las condiciones de cada uno lo permitan, sin abusar de los salvavidas que la política macro está poniendo a disposición del mundo privado. Estamos hablando de civismo y responsabilidad social, cualidades muy necesarias en estas difíciles circunstancias.
Lo positivo es que, si logramos mantener hacia adelante la rigurosidad técnica en el manejo de las políticas públicas y un mayor nivel de civismo en nuestro comportamiento personal, habremos dado dos pasos muy importantes para recuperar el camino del desarrollo una vez que superemos esta adversidad.
Fuente: Diario Financiero, abril 21 de 2020