¿Qué ocurrirá en el mundo después de la crisis global más importante en 70 años? Nadie tiene una respuesta hoy, porque recién estamos viviendo los efectos sanitarios, económicos y sociales de la pandemia Covid-19. Pero sí es posible anticipar que se acelerarán ciertos fenómenos geopolíticos.
El coronavirus le asestará un nuevo golpe a la globalización. Aunque sea imposible ponerle una lápida, el Covid-19 se encargará de mostrar todas sus fragilidades y hará surgir nuevos ánimos proteccionistas. Así como la crisis sub-prime de 2008-2009 hizo crecer el sentimiento antiglobalización y supuso una oleada de proteccionismo comercial, financiero y regulatorio, el coronavirus reforzará ánimos nacionalistas especialmente en aquellos países que se han sentido más vulnerables a la crisis.
El comercio mundial, basado en la deslocalización de la producción y amplias cadenas de suministro dependientes de China, también acusará el golpe. Las voces que proponen regresar las fábricas a sus países de origen, uno de los símbolos del “America First” de Trump, tomarán mayor fuerza. Las imposiciones en Estados Unidos a General Motors o 3M no son sino un anticipo de una tendencia creciente: el uso de leyes o prerrogativas nacionales sin mayor consideración a obligaciones asumidas en tratados internacionales.
El alicaído multilateralismo debiera quedar más debilitado aún. Organizaciones como la ONU o la propia Organización Mundial de Salud no han mostrado el protagonismo del pasado. La Organización Mundial de Comercio, por su parte, será más ignorada en conflictos comerciales, como ocurrió en la guerra comercial. Si el G-20 fue la respuesta a la crisis financiera 08-09, hoy es difícil vislumbrar una iniciativa supranacional post-pandemia. El tradicional director de orquesta, EEUU, ha renunciado a ser el líder global que orientaba los esfuerzos en el pasado.
Sin embargo, la propia globalización es el único camino de solución. Sin ella no hay intercambio de conocimiento y provisión de bienes y servicios, cooperación de personal especializado, difusión de nueva tecnología, e incluso ayuda económica a países pobres. La actitud “trumpista” de prohibir exportaciones, o los populismos locales que proponen volver a la la sustitución de importaciones, no son más que salidas al paso u oportunismos políticos. La solución debe ser global y planificada. Los países exitosos serán aquellos con una estrategia de largo plazo y capaces de planificar las emergencias.
El reacomodo geopolítico también debiera ser mayor. La renuncia de Washington a su papel global ha revelado la falta de una nación que señale el camino, a pesar de los intentos de China por ocupar ese espacio. Las tensiones entre estas dos potencias no sólo se mantendrán, sino que se profundizarán por su cada vez mayor rivalidad estratégica.
La Unión Europea, en tanto, quedará dañada. La falta de ayuda a Italia, siendo “rescatada” por la propia China, y la difícil coordinación en la comisión, han puesto en entredicho la solidaridad del bloque. Es posible que post-crisis veamos una UE más tensionada, con mayores detractores internos, y una China aumentando su presencia con iniciativas emblemáticas como el megaproyecto “Belt & road iniciative” y futuros desarrollos tecnológicos.
Esta crisis acelerará tendencias que venían observándose en el orden global: abandono de EEUU de su histórico rol global, gobernantes ensimismados en sus asuntos internos y nuevos ánimos proteccionistas. Aunque indispensable, la acción colectiva será más difícil.
Fuente: Diario Financiero, abril 08 de 2020